La vida del hombre se encuentra sujeta a unos ritmos de tiempo que regulan sus actos y desmenuzan su existencia. El creyente cristiano descubre que junto a aquellos calendarios aparece uno que tiene que ver con su vida creyente, vinculada a un calendario litúrgico y unos ritmos propios celebrativos que fundamentan y sostienen su vida creyente. «La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor', conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.

Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor». (SC 102)